sábado, 13 de octubre de 2007

"Miedo"

Miedo

Me aterran los gemidos celestes
al ventilar las alas del instinto.
Caen los cristales de mi inocencia,
sin apuñalar los restos de tu abandono,
pero la justicia no germina en el sol,
más aun, trina en mi lamento.
Aun esta sin rima la sombra tímida
la misma que arropaba a tu silueta.
Tú, antitesis perversa, rumoreas, ironizas,
a mis fabulas clandestinas.
Te has olvidado que fuiste sed de carne,
en plena lluvia de besos
que chapoteaban incansables en tú boca.
Mañana, al descastar suspiros
encontraras el rastrojo púdico descolgado,
que mesera las palabras
en el umbral de un recuerdo।

Autor: Victor Rocco

viernes, 12 de octubre de 2007

La carreta


“La carreta”


Por un camino con estrías,
va avanzando la carreta,
esta cargada con papas,
con hortalizas y arvejas,
sus tablas desgastadas
ya están todas sueltas,
de madera envejecida
por los años y las vueltas.
Un par de bueyes gordos,
la tiran con empeño,
un hombre con su garrocha
los guía, mientras va
entrelazando sueños.
Por una empinada cuesta,
sus ruedas van rechinando,
por unos arbustos verdes,
un zorzal sale cantando.
Llegando a un paradero
de su trabajo descansa,
suben los sacos a una micro,
ahora la carreta vuelve a su casa.


Autor : Victor Rocco

jueves, 11 de octubre de 2007

“El último apaga la luz”



Escalé lentamente los nueve peldaños que trepan a mi galaxia, la noche ronroneaba a la luna, y se escuchaban los gemidos de las ninfas pariendo querubines. Abrí como de costumbre la puerta, pero al traspasar el umbral de esta, me encontré con un evento surrealista, un conjunto de personajes habían tomado por asalto mi reino, un niño jugaba a ras de suelo, con unos muñecos de algodón, un bufón triste, lloraba al lado de la estufa, y un par de hombres jugaban ajedrez en la cortina.
Tocaron a la puerta, y sin que nadie la abriera un rayo de luz se dejó caer sobre el infante, quien me veía triste mientras era arrastrado por el torrente luminoso, yo no pude hacer nada para impedirlo, o no quise, sí, eso fue, no quise, y los muñecos quedaron tirados agonizando sin poder brincar.
Luego uno de los hombres que jugaba ajedrez descolgó una carcajada y dijo: “Jaque mate, el último apaga la luz”, a continuación el perdedor se redujo al tamaño de un meñique y fue introducido en una taza con café, para luego ser bebido por el ganador. El viento acentuó el edén, moviendo con rudeza el manzano que estaba apegado a la casa, una de las ramas rompió la ventana de forma violenta, enrollando como anaconda hambrienta al ajedrecista ganador, sacándolo de un jalón de la pieza, el hombre no hacia mas que reírse como narcotizado y repetía sin cesar “el último apaga la luz, el último apaga la luz”.



Miré a mi alrededor y vi al bufón, me acerqué a él con la intención de preguntarle porqué desgajaba las melodías con sus trinos tenebrosos, pero preferí callar y observarlo, sus manos temblaban temerosas como las hojas en mayo, su cuello ondulaba y sus labios amoratados tan solo murmuraban una canción para olvidar, de improviso se puso de pie, caminó hasta el lava platos que estaba junto a la puerta, se quitó el sombrero multicolor, del cual se descolgaban cinco cascabeles, se lavó las manos, se mojó la frente, y se escuchó una melodía como de sirenas, la que hizo entrar en trance al sujeto, para luego ser succionado por entre la coladera del lava platos, dejando tan sólo su sombrero encima de este.
Yo estaba atónito con tanto suceso irreal, me recosté en el sofá, agotado de tantas escenas, miraba al techo, y recordé la frase celebre del ajedrecista: “el último apaga la luz”, mientras mis ojos se clavaban fijo a la ampolleta, por lo cual se me produjo un punto rojo en mis vistas.
La puerta se abrió súbitamente, entrando uno a uno cada sujeto que ya se habían marchado, cada cual de una manera muy extraña, se colocaron al lado del sofá, me miraban de forma grotesca y comenzaron con su oratoria: “el último apaga la luz, el último apaga la luz”, y luego dijeron: “Apágala, apágala, apágala”, mi cabeza me daba vueltas como remolino en septiembre, los tipos seguían gritando y mirándome con aspecto criminal, el niño se me acercó, tomándome del cuello y diciendo: “Apágala, apágala, apágala”, yo cerré los ojos y di un gran grito que hizo que se desenfocara hasta el firmamento, los abrí, y me encontraba en mi cama, desnudo, bañado en sudor frió, lo primero que vi fue la luz prendida, me senté en la cama y deslicé mi vista por la habitación, como desconociendo lo ya conocido.

La puerta de un botiquín que estaba adosado a la pared se abrió lentamente, desde su interior se desprendió una catarata de sombra, que poco a poco fue tomando forma humana, traía entre sus manos una daga de cielo, la que colocó sobre una mesita chica que estaba al lado de mi cama, la quedé mirando, sin miedo, pero con cautela, sus labios se abrieron y dijo: “Toma la daga y mata al creador” mis ojos se dislocaron de sus centros y dije: “¡no puedo!”, “¡sí!” -me dijo- “¡sí puedes!, si no lo haces no serás quien en verdad eres”, “si lo hago no seré quien en verdad soy”, le dije, “mírate” -me dijo- “estás solo, toma la daga, apaga la luz y termina con todo esto”, una fuerza extraña se apoderó de mí, decidí que tenia que eliminar al maestro para que ya no siga creando submundos en papel, “ahora cumple con el tratado, el último apaga la luz, tú eres el último, ¡hazlo!” Gritó,
“No, -le dije-, quiero vivir cada momento de la muerte”, y antes que el ser se apoderara por completo de mi voluntad, tomé la daga, me levanté de un salto y puse su filo sobre la traquea, dándole un perfecto corte con lo que despeinó al viento, en eso se apago la luz, pero yo no había sido, mientras lo negro cubría el lugar escuchaba los validos intermitentes de aquel sujeto que ya no era más, y sentía como su sangre empapaba de rojo mis pies descalzos.
La luz se hizo carne nuevamente, y pude observar aquel engendro sombrío que me miraba con sarcasmo para luego retorcerse en el suelo y acto seguido evaporarse para siempre.
Un ruido ensordecedor me reventaba los tímpanos, caí fatigado y mis ojos bajaron las cortinas de los sueños.
Al otro día desperté, al sol ya lo habían sembrado entre las nubes, acostado en mi cama, con el pijama puesto, no encontraba respuesta a tanta fantasía, ¿es que todo fue real? o ¿simple pesadilla?, no lo se, solo quedaba de testigo la luz encendida de mi habitación, que pestañeaba coqueta, ardiente, por causa de una noche difícil, y la frase celebre dando giros en mi cabeza: “El último apaga la luz” y si el último cumple con lo prometido, ¿quién se encargará de trasplantar la tela alba, sobre el vestigio enmohecido?, ¿Valdrá la pena ocultar la muerte de la muerte, para fingir una vida que no es tal?.
Esta historia aun no finaliza, ya que la luz sigue encendida, y uno de mis dedos esta siendo seducido para aplastar el interruptor, aprobando así, que todo acabe.




Autor : Victor Rocco
Vikktor28@hotmail.com