Otra vez el placer toca a mi puerta, abrí encantado, ya habia perdido la cuenta del tiempo desde que a mi reloj se le acabo la arena, pensé haberla perdido, teniéndola tan cerca la tenía a siete mares de mi boca, silencio había en mi cuerpo, ¡pero regreso!. Viento en las alas de mi alcoba, desfloro su cuerpo sobre mi cama y luego de reconocer nuestros versos apagué la luz para encender mis ganas, me temblaba el aliento, recosté la mirada sobre el cielo para escuchar los suspiros de mis temores.
-¿Qué cuentas de nuevo?- preguntó.
-Nada- respondí, luego confesé- "Te olvidaste de mi cumpleaños".
- ¡Cómo tan resentido! -respondió.
- No importa-le dije.
Pidió que me volteara hacia ella, yo dudé por un instante, pero su imán carnal me atrajo como al fuego, prometo que su voz era tierna, complaciente, miel de sílabas en mi cuento...me abrazó y besó tan fuerte.
"Dime algo lindo"-pidió- no recuerdo qué le dije, pero enlacé media docena de besos en la fragua de su vientre. La oscuridad se enroscaba en las sábanas, en mis temores de perderla cuando acabe, en la senda de nuestra sed del pecado eterno.
Luego de la más hermosa de las batallas nos encontro el epílogo de su conciencia
-"Ya no más, más no puedo suplico"-con una estrella aún prisionera en un beso, yo quería seguir escarbando en su templo, pero acepté su petición, tendiéndome a su lado, con mi mano derecha sobre una de sus mejillas, acariciando sus suspiros aún ahogados por el deceso.
Minuciosamente reciclo cada uno de los fragmentos de las caricias esparcidas por la cama,
-¿Por qué tardaste tanto?-pregunté.
-No preguntes, tardo pero siempre regreso, tú lo sabes.
Sí, es cierto, y con ella el desenfreno de su cuerpo, el dulzor de sus pechos de vida, esos bombines lechosos que mi gusto casi habían olvidado.
Como siempre se fue callada, como si no hubieran existido turbulencias en la sangre, pensando en nada, ¿tal vez es fría? ¡No! no lo es, no podría serlo una margarita agitada, es cauta, aunque en sus labios lleva veneno de hadas.
Quedé solo, con sus recuerdos volando en el piso, regresando a la realidad de mi carne, entre las frazadas aún humiantes, sin más nada que el silvido del silencio que se colaba en mis oidos, pero feliz, feliz de haberla tenido, aunque desconozco su retorno, ya volverá, y pasará sobre mis labios la intranquilidad de sus besos furtivos, ella sabe que la espero, aunque se añejen en mis ojos sus ardores, como copa olvidada que contiene vino.
Autor: Victor Rocco