viernes, 2 de noviembre de 2007

LO QUE CALLAN LAS VIOLETAS




Sabía que ese día no sería como todos. Me levanté pidiendo permiso a mi cama para desprenderme del cielo adictivo en don Morfeo me había tomado prisionero dejando en reposo, entre la almohada y mis deseos, las respuestas a tantas preguntas que se desnudaban al fondo del arco iris que dormía en la taza de café.
Luego de tomar desayuno bajé como todos los días al primer piso y dije al conserje que me pida un taxi, al subirme al auto de alquiler el conductor preguntó hacia donde me dirigía, le dije que me lleve en donde la primavera haya comenzado a tejer las flores entre el prado:

- Entonces lo llevaré a la plaza de las violetas, es un bello lugar, hay grandes árboles, bellas palomas y ese aroma a flores que hace que hasta las horas detengan su paso para oler tal fragancia.
Al llegar al lugar me senté en el primer banco que encontré, el perfume de las flores me llevaba al infinito de las caricias robándole la sonrisa al aire mientras se mecía entre los robles. Me mimeticé en aquel paraíso, cuando en un momento percibo un aroma a belleza junto a mí; el sol rasguñaba firme en mis mejillas, pero me sentía seguro al tener puestos mis lentes de sol adquiridos el día anterior.
- Es un hermoso día - me dijo.
- Es un muy bello día – afirmé.
Su voz era tan bella que hubiera querido tatuar su sonido para hacerle una canción.
- Yo siempre he venido a este lugar, pero jamás lo había visto.
- Es la primera que descanso mi paz en este reino de pasiones – respondí.
Y así comenzó una amena charla teniendo de testigos a las violetas que nos abrazaban al suspirar.
Las nubes se cristalizaron para detener la tarde, pero llegó el omega de nuestro encuentro.
- Me tengo que ir – me dijo.
- Si, yo también debo retirarme – le comenté.
- Fue un gusto haberlo conocido.
- Adolfo.
- ¿Cómo?
- Me llamo Adolfo.
- Yo Sofía.
- Me encantó este lugar, vendré mañana a las seis de la tarde.
- Bueno yo… trataré de venir.
Se acercó a mí y descolgó un beso en una de mis mejillas, el cual agradecí con una sonrisa.
Ella se fue. Yo también me retiré y por esas cosas de la vida el mismo taxista que me trajo se me acercó y preguntó:
- ¿Lo llevo de regreso?
- Sí, por favor.
- ¿Y qué le pareció la plaza?
- Hermosa – contesté – simplemente hermosa.
Aceleré el ascensor del tiempo para que llegue la otra cita, estuve puntual, ella llegó cinco minutos después.
- ¿Adolfo?
- Sí, ¿Sofía?
- Sí – me dijo – disculpa la tardanza.
- No te preocupes, ¿qué son cinco minutos cuando sabemos que los ángeles son eternos?
- Qué bellas palabras.
- Mis palabras son el reflejo de mi compañía.
Y como la tarde anterior nos pasamos las horas entre las violetas que estaban a pocos metros de nosotros y nuestros corazones.
Pasaron los días, las semanas, y siempre nos juntábamos puntuales a las seis de la tarde, hasta que un día jueves, cumplimos veinte días de vernos.
Ella llegó, la saludé, no dijo nada.
- ¿Te pasa algo? – pregunté.
- Sí, - respondió endulzando un pequeño beso en mis labios.
Me acerqué más a ella para que una de mis manos haga olas en sus rodillas, ella entibió un beso tímido en la otra, para luego labrar mil y un galopes frenéticos en mis labios, haciendo boca de su boca, acaricié dulcemente el alabastro de sus manos, para demostrarle que pasión se escribe con carne y orgasmo con mi nombre, heroicamente mi diestra se posesionó del túnel que abrigaba bajo su falda, ella frenó la expedición de mi aleada, pidiendo que escuche cómo jadeaba el viento.
El día ya estaba en declive y una fresca brisa nos danzaba en la frente, quise extender aquel festival de gemidos invitándola a mi universo. Aceptó enseguida.
Mi Sancho motorizado me esperaba como de costumbre, lo que hizo más fácil aquella travesía, llegamos al departamento, y la alfombra cooperó encantada en aquel arrecife de sensaciones, detuve mis ímpetus, par descansar unos segundos, luego encrespé un beso perfecto en la luna tibia que descansaba en una de sus mejillas, para después sucumbir en las profundidades de sus labios.
- ¿Me quieres? – preguntó con el suspiro entrecortado.
- No – respondí y desbarranqué una llamarada de besos que hicieron rondas en su boca, desafiando la víbora dulce que tenía por lengua.
Luego inclinó su cabeza hacia atrás y volvió a preguntar:
- ¿Me quieres?
- Te dije que no – respondí.
- ¿Porqué no? – preguntó.
- Porque un te quiero no es más que sonrisitas que despinta el firmamento, en cambio un “te amo”, es la inmensidad de una palabra que une a dos sombras fugitivas anhelando unirse en un solo corazón, además, ayer te quise, hoy te he comenzado a amar.
Tan sólo bastó decir eso, para que mi deseosa avecilla liberara sus alas al escarmenar cándido de mis deseos. Nos amamos toda la noche. Hasta los grillos cesaron su canto para oír el concierto sísmico del desahogo de nuestros cuerpos.
Al despertar me sentía heroico, fuerte, casi inmortal, pero al buscar su presencia en el lado opuesto de mi hemisferio, comprobé que ya no estaba, obligándome a hacerle el amor a las últimas onzas de su aroma fértil que dejó de reliquia entre las sábanas.
El jugo matutino despejó mi mente, entendí que el amor y el engaño no cenan juntos y que si mi amor a ella era real debería desterrar todos mis prejuicios. La decisión estaba tomada, asistiría como siempre a la cita y le confesaría todo, así me libraría de mis culpas, ya no sería cosa mía, sino de ella, o se quedaba conmigo o la perdería para siempre.
El día se desvistió muy lento. Llegué puntual, ella no. Las horas pasaban y las violetas que estaban junto a mí se despeinaban en la espera, ya eran las nueve, ella no llegó. Un dolor pálido empavonó mi alma, quizás esa mañana al despertar vio que no habían luces ni espejos y se dio cuenta del engaño, luego al verse burlada, ahogó sus ojos en llanto y se marchó desterrando por completo de sus recuerdos lo que había pasado la noche anterior. Me dirigí con paso cansino al taxi, el cual me condujo al velatorio de mis alegrías, las cuales ya no volverían a nacer.
Al llegar a mi hogar encontré la puerta entreabierta, no conforme con haberme desprendido de mi alma, ahora otros me despojaban de mis pertenencias, pensé. Fui hacia mi alcoba y al entrar en ella pude oler la fragancia de Sofía, quien me dijo:
- Te estaba esperando, tardaste mucho amor.
- Sofía, ¿tu aquí?, ¿pero cómo pudiste entrar? ¿cuándo llegaste?
- Llegué como a las cinco veinte y entré porque dejaste la llave en la cerradura.
Registré mis bolsillos y era verdad. No tenía las llaves.
- Ven – me dijo – tiéndete en la cama junto a mí.
Lo hice, tomé una de sus manos y dije:
- Aunque creo que a estas alturas ya no es necesario quiero ser yo quien te lo diga, Sofía, yo soy…
- Invidente – completó Sofía – eres completamente ciego, no ves nada de nada.
- Sí, así es. ¿Lo descubriste esta mañana?
- No, - me dijo – recién esta tarde, al caminar por el lado derecho de tu cama, choqué con tu bastón.
- Sofía, perdóname.
- ¿Qué quieres que te perdone? ¿tu poca franqueza o tu cobardía por no ser capaz de enfrentar la vida? ¿Y todo porqué? ¿Por temor al rechazo o a que te niegue un beso?, claro, ahora comprendo porqué siempre usabas esas gafas de marcos gruesos.
Incliné mi cabeza en gesto de vergüenza, ella me abrazó tiernamente y me dijo:
- El amor no sabe de condiciones, ni de clases sociales, ni de jerarquías ni nada que se le parezca, yo no me enamoré de ti por lo lindo que puedan ser tus ojos, el amor es más que mirar, es sentir, es disfrutar, es saber que la persona que está haciendo el amor contigo es el trozo de piel que te faltaba, eso para mí es el amor y yo te amo tal cual eres.
- Yo también – le dije.
- Dime una cosa – me preguntó - ¿cómo siempre llegabas tan puntual y sin bastón?
- Bueno… me iba en taxi, y lo demás era simple tacto, además las violetas que estaban al lado del banco me guiaban mejor que mi bastón, pero aquí no hay violetas y lo necesito, ¿dónde está?
- Lo dejé al lado derecho de tu mesita de noche, junto al mío.
- ¿Cómo? – pregunté asombrado.
- Sí, - recalcó – al lado del mío, yo también soy invidente.
- Entonces tu también me engañaste.
- No, - respondió – yo pensaba que tu me veías y que te gustaba tal cual era, ¿ves que para enamorarse no es necesario ver?
- Sí, tienes razón, dime ¿cómo llegaste?
- Me con el taxista de siempre y el conserje me trajo hasta la puerta, la vida nos da muchas sorpresas – me dijo.
- Sí.
- ¿Tu crees que alguien se dio cuenta de lo nuestro?
- Las personas, no sé, pero si sé que las violetas se divirtieron mucho a costa nuestra.

Desde ese día somos una pareja feliz y hoy nos seguimos preguntando cuántas otras historias de amor como la nuestra son las que callan las violetas.






Autor: Victor Rocco

4 comentarios:

lagasmoreira dijo...

- Me con el taxista de siempre y el conserje me trajo hasta la puerta, la vida nos da muchas sorpresas – me dijo.

corrige eso

lagasmoreira dijo...

- ¿Tu crees que alguien se dio cuenta de los nuestro?

la palabra los es lo nuestro

lagasmoreira dijo...

esos son detalles insignificantes ,pero cuando alguen te quiere hacer mierda te los va a ver , por lo demas encuentro que eltexto esta muybien logrado


claro debo confesar muy al estilo de victor rocco

José Luis Avila Herrera dijo...

Deberías escribir con más frecuencia. Es un placer leerte. Tu blog ya está en mi lista de recomendados y puede ser visitado por miles de personas.

Saludos...