jueves, 29 de noviembre de 2007

Seran testigos del dolor de un amor imposible.

Dolor




El dolor camina con pies de hielo
resbalan mis pasos al andar,
mis alas ya no son de acero
mis lagrimas comienzan a nadar.

Te encuentro entre papeles
que se escapan al exhalar,
mariposas derrumban paredes
ojos mueren, llegan al mar.

El amor anda entre rieles
tus palabras me hacen mal,
las palomas ahora son infieles
estanco en mi alma un temporal.

Jamás he comido nostalgias
ahora degusto frustración,
la culpa la tienen tus ojos
una cripta es mi corazón.

Autor : Victor Rocco

lunes, 26 de noviembre de 2007

Invito a que lean y opinen sobre todo mi trabajo

Amor callado

Buscare la muerte en mi cielo
para amarte una vez en silencio,
aun que me hieran las ortigas
y mis ojos sean niños inquietos.

Cada noche besare a la luna
ya que en ella te contemplo,
se burlaran los cometas
y me condenaran los luceros.

Mis confesiones son de estrellas
mis pasiones son de fuego,
se que he llegado tarde
y es de otro árbol tu cuerpo.

Caminare callado
mis ojos serán sendero
mis lagrimas serán lluvia
y mis sollozos prisioneros.

Me morderé el alma
para no decir te quiero,
Si al fin las golondrinas
jamás amaran a un jilguero.


Autor : Victor Rocco

sábado, 24 de noviembre de 2007

Canto de un niño triste



Madre mía, soy la huella de tus pasos,
soy espiga de tus siembras,
enredadera entre tus brazos,
soy tú sonrisa para que no se pierda,
Entonces,¿ porque el amanecer
me niega tú caricia?
¿Porque pretendes callar mi llanto
con un trueno?
¿Porque tus besos son helados
Como la brisa?
¿Porque la pena, me pesa Más que el hierro?
Necesito tus manos para aprender
de la vida,
no para que sean latigazos,
ni manantial de heridas.
Tengo sed de tu cariño,
Pero tú, con un No, te ocultas,
Madre, mira, soy un niño,
de tus penas no tengo la culpa.
Con mis ojitos bañados en llanto,
y tu retrato pegado a mi pecho,
te dedico hoy este canto,
para poder decirte…te quiero.



Autor : Victor Rocco
Bajo palabra


Nació la libertad desojada
osadía brillaba en plenitud.
La hubiera acurrucado en alegorías
antes que sus soles caigan en el ayer.
Muchos la creen muerta en mis letras,
anoche…añore su descanso en mi letargo.
Tengo nostalgias, arco iris arenosos
escapan resbalando por mis ojos.
Simplemente, desvaine mis laberintos fluviales,
oscurecí la sangre de mi pluma fértil,
la derrame, sobre el ocaso de sus olas,
olvide la inmortalidad de sus versos platinados,
labre con cinceles algodonados
amapolas de cristales en su partida.
¡ Declaro solemne inocencia! , congoja trasnochada,
espero sentencia libertaria de penas blancas,
¡jueces del olimpo! desencarcelen la sabia de mis poemas,
escriban epílogos de piedras sobre mi soledad,
la verdad, libera los cirios encarnecidos,
inmortaliza libélulas glaciares en criptas de cartón.
¡Brinden, brinden sombras lunares! , que la metáfora se a dormido,
rían bajo sonrisas muertas en rostros inexistentes.
Estoy engrillado, en calabozos malditos…y literarios.






Autor : Victor Rocco.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Resurrección

Resurrección


Encadeno uno de tus besos
en la celda fogosa de mis tardes,
descubro la paz enorme de tu boca,
esa cavidad floreciente de afonías.
Sellaste mis temblores con tu aliento,
frenaste al azabache inquieto
que brincaba en mis labios,
exquisitamente tierna, meciste tus bordes
con la quietud de un ángel dormido,
no sabia si agonizar en tu cuerpo
o resucitar en tu ombligo
que fue testigo de veredas de fuego.
Hoy reciclo los surcos de la muerte
de aquella pálida compañera inconsciente,
a quien desplazaste a otras sombras,
para crear la espera de nuevas lunas
que se agiten ansiosas en mi lecho.


Autor: Victor Rocco
Armonía pasional



La voluntad de las nubes se despinta en mis ojos, cae la tarde o quizás son tus manos las que hacen sombras en mi destino.
Cuento tus besos que aun naufragan quietos en mi boca, uno, cinco, ocho, cuatro...desorden numérico, para descender tus frases en mis oídos : “Lento mas lento, que aun el tiempo no se a cerciorado que tengo matizado el vestido”, yo tan solo escuchaba temeroso tus letras ardiendo, intentando desabotonar tus juegos bípedos, en donde se acunaría el cautín de los tiempos.
Nuestros pechos eran sinfonía clara, desafiando al torrente dormido que traía en mis venas. La imprudencia interrumpió nuestro festín tímido, que se desprendía en un sofá eterno, descendí un momento al infierno, tú quedaste aun invisible, yo era una telaraña ardiendo. Regrese pidiendo a los cuatro viento encontrarte aun dormida, y hay estabas, con la mente perdida, quizás en que firmamento, yo con paso cansino, me acerque para comprobar que aun estaba viviendo: “te arrepientes de haber desnudado a las cortinas en tu camino”, pregunte ansioso, mientras aun temblaba mi templo, me dijiste que no, que aun para el solsticio quedaba tiempo, entibie nuevamente un ósculo en tu boca, mientras me repetías: “no tan rápido mi niño inquieto”, pero yo quería ser agua y entre gotas, un manojo de besos ardiendo, así pasaron los minutos, las nubes, las estrellas... y hasta el reloj quedo gimiendo, mis manos fueron enredaderas en tus curvas, y mi boca en tus montes fue floreciendo.
Desnudo llego el ocaso de nuestras delicias, la mariposa cándida ya no volaba en el cielo, una a una se apagaron las caricias, una a una las golondrinas se fueron durmiendo, luego regresaste como si nada a tu casa, mientras yo tenia aun mi boca ardiendo, solo me quedé con los suspiros, tus murmullos y mis ojos en silencio,.
hoy no me castiga la vida, pero quizás mañana, de tu manantial aun estaré bebiendo.


Autor : Victor Rocco

viernes, 2 de noviembre de 2007

LO QUE CALLAN LAS VIOLETAS




Sabía que ese día no sería como todos. Me levanté pidiendo permiso a mi cama para desprenderme del cielo adictivo en don Morfeo me había tomado prisionero dejando en reposo, entre la almohada y mis deseos, las respuestas a tantas preguntas que se desnudaban al fondo del arco iris que dormía en la taza de café.
Luego de tomar desayuno bajé como todos los días al primer piso y dije al conserje que me pida un taxi, al subirme al auto de alquiler el conductor preguntó hacia donde me dirigía, le dije que me lleve en donde la primavera haya comenzado a tejer las flores entre el prado:

- Entonces lo llevaré a la plaza de las violetas, es un bello lugar, hay grandes árboles, bellas palomas y ese aroma a flores que hace que hasta las horas detengan su paso para oler tal fragancia.
Al llegar al lugar me senté en el primer banco que encontré, el perfume de las flores me llevaba al infinito de las caricias robándole la sonrisa al aire mientras se mecía entre los robles. Me mimeticé en aquel paraíso, cuando en un momento percibo un aroma a belleza junto a mí; el sol rasguñaba firme en mis mejillas, pero me sentía seguro al tener puestos mis lentes de sol adquiridos el día anterior.
- Es un hermoso día - me dijo.
- Es un muy bello día – afirmé.
Su voz era tan bella que hubiera querido tatuar su sonido para hacerle una canción.
- Yo siempre he venido a este lugar, pero jamás lo había visto.
- Es la primera que descanso mi paz en este reino de pasiones – respondí.
Y así comenzó una amena charla teniendo de testigos a las violetas que nos abrazaban al suspirar.
Las nubes se cristalizaron para detener la tarde, pero llegó el omega de nuestro encuentro.
- Me tengo que ir – me dijo.
- Si, yo también debo retirarme – le comenté.
- Fue un gusto haberlo conocido.
- Adolfo.
- ¿Cómo?
- Me llamo Adolfo.
- Yo Sofía.
- Me encantó este lugar, vendré mañana a las seis de la tarde.
- Bueno yo… trataré de venir.
Se acercó a mí y descolgó un beso en una de mis mejillas, el cual agradecí con una sonrisa.
Ella se fue. Yo también me retiré y por esas cosas de la vida el mismo taxista que me trajo se me acercó y preguntó:
- ¿Lo llevo de regreso?
- Sí, por favor.
- ¿Y qué le pareció la plaza?
- Hermosa – contesté – simplemente hermosa.
Aceleré el ascensor del tiempo para que llegue la otra cita, estuve puntual, ella llegó cinco minutos después.
- ¿Adolfo?
- Sí, ¿Sofía?
- Sí – me dijo – disculpa la tardanza.
- No te preocupes, ¿qué son cinco minutos cuando sabemos que los ángeles son eternos?
- Qué bellas palabras.
- Mis palabras son el reflejo de mi compañía.
Y como la tarde anterior nos pasamos las horas entre las violetas que estaban a pocos metros de nosotros y nuestros corazones.
Pasaron los días, las semanas, y siempre nos juntábamos puntuales a las seis de la tarde, hasta que un día jueves, cumplimos veinte días de vernos.
Ella llegó, la saludé, no dijo nada.
- ¿Te pasa algo? – pregunté.
- Sí, - respondió endulzando un pequeño beso en mis labios.
Me acerqué más a ella para que una de mis manos haga olas en sus rodillas, ella entibió un beso tímido en la otra, para luego labrar mil y un galopes frenéticos en mis labios, haciendo boca de su boca, acaricié dulcemente el alabastro de sus manos, para demostrarle que pasión se escribe con carne y orgasmo con mi nombre, heroicamente mi diestra se posesionó del túnel que abrigaba bajo su falda, ella frenó la expedición de mi aleada, pidiendo que escuche cómo jadeaba el viento.
El día ya estaba en declive y una fresca brisa nos danzaba en la frente, quise extender aquel festival de gemidos invitándola a mi universo. Aceptó enseguida.
Mi Sancho motorizado me esperaba como de costumbre, lo que hizo más fácil aquella travesía, llegamos al departamento, y la alfombra cooperó encantada en aquel arrecife de sensaciones, detuve mis ímpetus, par descansar unos segundos, luego encrespé un beso perfecto en la luna tibia que descansaba en una de sus mejillas, para después sucumbir en las profundidades de sus labios.
- ¿Me quieres? – preguntó con el suspiro entrecortado.
- No – respondí y desbarranqué una llamarada de besos que hicieron rondas en su boca, desafiando la víbora dulce que tenía por lengua.
Luego inclinó su cabeza hacia atrás y volvió a preguntar:
- ¿Me quieres?
- Te dije que no – respondí.
- ¿Porqué no? – preguntó.
- Porque un te quiero no es más que sonrisitas que despinta el firmamento, en cambio un “te amo”, es la inmensidad de una palabra que une a dos sombras fugitivas anhelando unirse en un solo corazón, además, ayer te quise, hoy te he comenzado a amar.
Tan sólo bastó decir eso, para que mi deseosa avecilla liberara sus alas al escarmenar cándido de mis deseos. Nos amamos toda la noche. Hasta los grillos cesaron su canto para oír el concierto sísmico del desahogo de nuestros cuerpos.
Al despertar me sentía heroico, fuerte, casi inmortal, pero al buscar su presencia en el lado opuesto de mi hemisferio, comprobé que ya no estaba, obligándome a hacerle el amor a las últimas onzas de su aroma fértil que dejó de reliquia entre las sábanas.
El jugo matutino despejó mi mente, entendí que el amor y el engaño no cenan juntos y que si mi amor a ella era real debería desterrar todos mis prejuicios. La decisión estaba tomada, asistiría como siempre a la cita y le confesaría todo, así me libraría de mis culpas, ya no sería cosa mía, sino de ella, o se quedaba conmigo o la perdería para siempre.
El día se desvistió muy lento. Llegué puntual, ella no. Las horas pasaban y las violetas que estaban junto a mí se despeinaban en la espera, ya eran las nueve, ella no llegó. Un dolor pálido empavonó mi alma, quizás esa mañana al despertar vio que no habían luces ni espejos y se dio cuenta del engaño, luego al verse burlada, ahogó sus ojos en llanto y se marchó desterrando por completo de sus recuerdos lo que había pasado la noche anterior. Me dirigí con paso cansino al taxi, el cual me condujo al velatorio de mis alegrías, las cuales ya no volverían a nacer.
Al llegar a mi hogar encontré la puerta entreabierta, no conforme con haberme desprendido de mi alma, ahora otros me despojaban de mis pertenencias, pensé. Fui hacia mi alcoba y al entrar en ella pude oler la fragancia de Sofía, quien me dijo:
- Te estaba esperando, tardaste mucho amor.
- Sofía, ¿tu aquí?, ¿pero cómo pudiste entrar? ¿cuándo llegaste?
- Llegué como a las cinco veinte y entré porque dejaste la llave en la cerradura.
Registré mis bolsillos y era verdad. No tenía las llaves.
- Ven – me dijo – tiéndete en la cama junto a mí.
Lo hice, tomé una de sus manos y dije:
- Aunque creo que a estas alturas ya no es necesario quiero ser yo quien te lo diga, Sofía, yo soy…
- Invidente – completó Sofía – eres completamente ciego, no ves nada de nada.
- Sí, así es. ¿Lo descubriste esta mañana?
- No, - me dijo – recién esta tarde, al caminar por el lado derecho de tu cama, choqué con tu bastón.
- Sofía, perdóname.
- ¿Qué quieres que te perdone? ¿tu poca franqueza o tu cobardía por no ser capaz de enfrentar la vida? ¿Y todo porqué? ¿Por temor al rechazo o a que te niegue un beso?, claro, ahora comprendo porqué siempre usabas esas gafas de marcos gruesos.
Incliné mi cabeza en gesto de vergüenza, ella me abrazó tiernamente y me dijo:
- El amor no sabe de condiciones, ni de clases sociales, ni de jerarquías ni nada que se le parezca, yo no me enamoré de ti por lo lindo que puedan ser tus ojos, el amor es más que mirar, es sentir, es disfrutar, es saber que la persona que está haciendo el amor contigo es el trozo de piel que te faltaba, eso para mí es el amor y yo te amo tal cual eres.
- Yo también – le dije.
- Dime una cosa – me preguntó - ¿cómo siempre llegabas tan puntual y sin bastón?
- Bueno… me iba en taxi, y lo demás era simple tacto, además las violetas que estaban al lado del banco me guiaban mejor que mi bastón, pero aquí no hay violetas y lo necesito, ¿dónde está?
- Lo dejé al lado derecho de tu mesita de noche, junto al mío.
- ¿Cómo? – pregunté asombrado.
- Sí, - recalcó – al lado del mío, yo también soy invidente.
- Entonces tu también me engañaste.
- No, - respondió – yo pensaba que tu me veías y que te gustaba tal cual era, ¿ves que para enamorarse no es necesario ver?
- Sí, tienes razón, dime ¿cómo llegaste?
- Me con el taxista de siempre y el conserje me trajo hasta la puerta, la vida nos da muchas sorpresas – me dijo.
- Sí.
- ¿Tu crees que alguien se dio cuenta de lo nuestro?
- Las personas, no sé, pero si sé que las violetas se divirtieron mucho a costa nuestra.

Desde ese día somos una pareja feliz y hoy nos seguimos preguntando cuántas otras historias de amor como la nuestra son las que callan las violetas.






Autor: Victor Rocco